por Daniel Ponce
El joven Horacio Coppola, que había sido discípulo de Peterhans y de Umbo en la Bauhaus de Berlín, regresó a la Argentina cuando el ascenso de nacionalsocialismo y comenzó a registrar Buenos Aires con una Leica Schraubgewinde. El trabajo le llevó tres años. La obra-álbum que recogió sus incursiones urbanas se llamó: Buenos Aires, 1936. Contó Coppola que muchas de las tomas las realizó en extensas caminatas y sin una planificación determinada; dijo, también, que en algunas de las tomas paseaba con Arlt y en otras con Borges, de quienes se había hecho muy amigo. Paseaban y hablaban. Buenos Aires, 1936 es el ingreso de la vanguardia visual en el arte fotográfico argentino, lejos de la estética y composición de las postales urbanas y mucho más lejos de las fotografías testimoniales. La mirada de Coppola es evidenciar el objeto donde se rehúsa, plasmar lo potencial por encima de lo fáctico, darle misterio a las líneas y poner a prueba la percepción del receptor, que debe montar su propio teatro interpretativo, rearmar la imagen. El terceto caminante, por duplas, resumía la modernidad vanguardista de los treinta.
Borges, en paralelo con Yourcenar y con Graves, buceaba en las fuentes clásicas para plantarlas en el Barrio de Constitución; una búsqueda hacia atrás con temas caprichosos y prosa barroca. Arlt, que nunca leyó a Döblin, ni a Musil, ni a Canetti, iba en frecuencia con éstos en una línea nietzscheana cínica, desde una perspectiva de izquierda apartidaria. El viejo Borges, irónico y refutador, dijo, en una entrevista, cuando le preguntaron acerca de la influencia de las vanguardias en su obra: “En el mundo ocurren cosas que, a la larga, suelen ocurrir en el Río de la Plata”. La cuestión es que prefiero imaginar a estos jóvenes fundadores de la nueva Buenos Aires, uno de ellos con una cámara Leica, como los fisgones del tiempo inédito, como profetas escépticos y sin credo. Arlt en su farsa en cuatro actos El desierto entra en la ciudad cuestiona la necesidad de creer, la manipulación de los demagogos y la modernidad acuciada por nuevas supersticiones. Borges descubre el Aleph en un sótano, donde transcurren todos los prodigios del universo y que luego de ser visto ya nada sorprenderá al iniciado. Coppola mira a través de la ciudad, no mira la ciudad.